En un desgarro apabullante se me van 
los días, 
mientras charlo con vendedores ambulantes 
que llegan por la tarde a vender sus castañas 
de cajú 
sus garrapiñadas, higos negros, damascos y alfajores.
Se pierde todo de mí en este encierro luminoso, 
en estos amplios escritorios con 
cajones que esconden 
tanto descuido. 
Tanto se recupera y tan poco se pierde

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