no sabe que hacer la gente, se puso espeso el ambiente

En ese momento, el único pensamiento que logró relajarme progresivamente y casi por completo fue el siguiente: el problema no era yo, sino que estaba rodeado de personajes familiares y conocidos que no quería ver, no podía evitar dejarles esa impresión, a pesar de mi esfuerzo por disimular mi desagrado. Aquella gente ni siquiera sabia como debía sentarse frente a la mesa repleta de personas que descansaban en la expectativa. Cuando entré pude leer en sus cuerpos el disgusto que producía mi aparición en tales circunstancias. Incómodo sobre todo se encontraba el amigo de mi tía, quien me vendió un auto que tenia problemas todos los días, a pesar de haberse declarado responsable cuando le pedí respuestas; claro que lo había hecho para no decepcionar la confianza de mi tía, que por ese entonces era una entrada segura de dinero para mantener el alquiler de su casa.
Me dediqué a saludar a todos, uno por uno, y luego escapé al cuarto del fondo a dejar mi chaqueta y accesorios, tomar un respiro y conservar el temple para enfrentar tan incomoda ocasión. Entonces recordé lo que había conseguido ese día: guardado en mí bolsillo tenía un pedazo de vida. Lo tomé de mi bolsillo, no era mucho. Abrí la mano y este me miraba mientras dejaban de sacudirse las partes que tiene rellenas de líquido, por el movimiento que hice al abrir la palma de mi mano. Su silencio me incitaba a soltarlo en el ambiente. Sin indagar demasiado en la cuestión, lo creí conveniente.
Volví entonces por el pasillo a la sala principal, donde no quería estar, pero tampoco tenía intenciones de demorar mi ausencia, como si me sintiese inferior. De ninguna manera.
Me acerque a la mesa y me coloqué detrás de la tía para tomar un sasnguchito que convertí en sándwich utilizando dos pancitos pequeños, además de los que ya tenía.
Aprovechando la distracción, deje caer el pedazo de vida; este cayó pesadamente y se amoldó al suelo de inmediato. Su contenido comenzaría a apestar cuando sus químicos se mezclasen con la acumulación de todos los pecados y las penas de los presentes.
Me acerqué entonces al televisor y me dispuse a conectar los cables para poner un buen disco de jazz; los niños revoloteaban a mi alrededor desde mi ingreso, sabían que algo estaba por suceder. Venían molestándome desde la mañana, pues ellos me habían acompañado a buscar ese pedazo de vida que tanto anhelaba tener en mi poder. Entre otras cosas es lo mejor tener siempre uno; es muy bueno si se quiere cultivar un jardín. No importa de qué árboles o plantas se trate. Les sirve a todos.
La idea de soltarlo en el ambiente ya me había dado vueltas por la cabeza ese día y me había entusiasmado tanto que, lo reconozco, no me costo trabajo confesárselo a uno de los niños, pidiéndole que me prometa que guardaría el secreto. – Si le preguntan, usted no sabe nada – le dije, haciendoselo repetir que no dijera nada para asegurarme. Inmediatamente después hice mi ofrenda a los presentes.
El malestar se propagó rápidamente, contagiándose a través del aroma y las muecas que este producía. Durante los primeros 10 o 15 minutos, todos se esforzaban en mantener las apariencias. Nadie quería delatar lo que era evidente. El olor se hacía cada vez más espeso y la situación se volvía insostenible. Mi tía me buscaba para sostener una conversación, dabame charla para no sentirse incomoda. Yo respondía fingiendo todo mi respeto; cada vez que el amor propio de mi tía le demanda cuestionar la lealtad de su familia, sentimiento del que ella se apropia con humildad y regocijo, puede convertirse en un instante, tan amable, que por ley se torna despreciable. Porque es fácil ser el centro de atención, lo realmente complicado es intentar no serlo.
Finalmente algunos adelantados comentaron el asunto; entonces de a poco, las risas se desprendieron como nervios y todos quedaron como las perchas cuando se les quita el peso del tapado. Por un momento el hedor que por ese entonces reinaba presente como las luces de las bombillas, nos hizo querer regocijarnos de sentirnos nuevamente juntos después de tanto tiempo. Pero en seguida pensé en mi abuelo, que estaba allí sentado, porque era su cumpleaños y la razón de vernos reunidos en la ocasión. No pude evitar ver cuan demacrado, callado y persistente estaba. Se esforzaba sin sonidos, queria, sin motivos claros, mantenerse vigente en la mesa y no caer en una somnolencia diurna. Sin importar como, ni porque, los años que pasan no dejan de parecerme tristes.
- No le queda mucho tiempo. –pensó alguien en mi mente, que se ocupaba de afligirme sin que pueda oponer resistencia.
El pasillo que daba a los cuartos, apenas iluminado, se oscurecía en el fondo. Podía ver la habitación, con la puerta siempre abierta. Tengo mil recuerdos de ese pasillo, viendo a mi abuelo atravesándolo, vestido solo con sus calzoncillos blancos tarareando el beat de algún swing nocturno, agitando sus largos y delgados brazos de un color que no puedo definir, parecido al blanco de la leche, fundido con el color de las venas que hinchadas recorren sus extremidades por el centro, como muchos caminos que se dirigen a la vena como ruta principal, indicada por un cartel violeta.
Ver a mi abuelo es la única proyección del futuro que acepto, porque desconozco los trámites científicos. Algún día mi cuerpo será parecido. Otra vez, esa parte maliciosa en mi, me obliga a obviar la necesidad de preguntarme que pensará mi abuelo sobre el estado de miseria donde la vejez nos deja situados, después de una vida repleta de emociones y recuerdos, tantos que uno no recuerda ni la cuarta parte de ellos.
Me aburre ofender con bajezas, a pesar de ello, no puedo compartir la mesa con esos seres que se esfuerzan demasiado en perfumarse para no apestar, que en un principio no querían hablar de lo que percibía su olfato, por miedo de que los culpen de algo que todos llevamos dentro: la apestosa vida.
El niño, que sabia lo que había hecho, se mostraba sorprendido y contrariado ante la expectativa general. A todos comenzaba a parecerles divertido el hecho singular de encontrarse todos juntos oliendo tal pestilencia. Comentaban el hecho con entusiasmo: - Debe ser un huevo podrido! – ¡No es de acá, viene de afuera! – Pero el niño no salía de su estupor, solo me miraba y repetía a los presentes – Que pasa?, de donde viene ese olor? – Afligido, se acerco a mi y comenzó a echarme la culpa, - Fue él! – decía, quería que el olor se disipara. Su madre le demandó calma, conservando toda la elegancia que dicha ocasión requería. –Es tu culpa! - Por que hiciste eso?! – Por que no podemos decirles!?.
El niño quería desenmascararme. Una profunda decepción se apoderó de mi, seguida de un amargo enojo hacia el niño. – Nunca mas voy a contarte nada – Luego le repetí que me dejara tranquilo. Me cuestione a mi mismo el hecho de querer mantener el secreto. No pude explicarme porque. Y divagando en pensamientos, este fue el que me hizo tambalear y comenzar a sentirme culpable por haber generado una situación que antes me parecía digna de respeto. No pudiendo evitarlo, y apenas conciente de ello, caí en una amarga y sutil envoltura de preocupación que me dejo postrado en el sillón mientras la reunión continuaba en su apogeo. Mi abuelo y mi tía notaron mi desventura y el primero se levanto de la mesa y se acercó para prender la televisión que tenía frente a mi, ya que el disco de jazz había terminado; aguzó el volumen y así todos caímos progresivamente en un silencio mágico que hizo que muchos se despidieran y volvieran a sus hogares. Los que quedamos, nos quedamos mudos contemplando lo que sucedía en la caja de plástico ubicada junto a la ventana que abierta, ayudaba a que el olor se disipase.
Un reportero se lamentaba: - Ahora también parece que atacan a las chicas sólo porque son lindas; me parece que se les está yendo la mano- decía el desvergonzado reportero, tras un telón de fingida indignación. El rótulo debajo decía: “La golpearon porque era linda”.
Comenté el hecho de inmediato: }
- Y a las feas que?
- – Los feos se defienden solos. Me respondió con asombrosa velocidad Jacilda, la ayudante de cocina y limpieza. Le agradecí el comentario, me hizo sentir mucho mejor.

Entonces mi tía interrumpió para que la acompañara a la cocina, justo cuando mi abuelo hacia ese truco que hace con sus manos y un billete de tamaño europeo.
Me guió y me acerco junto a la heladera, la que al parecer había sido abierta recientemente, pues se sentía frío cerca de la puerta, clima que mi tía encontró propicio para interpelarme con una confidencia. – Vos hiciste algo? – me preguntó frunciendo sus ojos como un ratoncito luego de quedar reventado en una trampera. – Me dijo el niño, es verdad? – Me declaré culpable con facilidad y ambos nos quedamos descargando nuestras risas ahora confidentes.
- De a poco algo empezó a oler mal en el ambiente.- Decía mi tía – Entonces, todos se esforzaron en no decir nada acerca de lo que se podía percibir cada vez mas claramente. Hasta que se hizo tan intenso que la primera carcajada tronó y sacudió un poco los huesos de nuestras viejas bolsas. A partir de ahí se alcanzó una atmósfera mucho más apacible, genuina. Y aunque soy vieja, y se que fue solo un instante, reconozco que la eternidad del recuerdo me brindará placer al recordarlo, y será un repaso que soportará el peso de mucho tiempo, antes de que lo marchite con el olvido. Y por esto te agradezco. Lo que hiciste le dio un giro a la noche, pero que no se entere el abuelo porque se va a enojar.


Una semana después, mi tía comentó el hecho con los que desconocían la historia. – “Una vergüenza, que infantil, tuve que pedirle disculpas a tu abuelo”, me llegaban sus comentarios. Todos se echaron hacia atrás. Y yo me quedé solo, sin mi pedazo de vida, con la unica virtud de poder narrar el hecho desde el lugar mas comprometido.
Las masas, dicho de la manera mas despectiva posible, para referirme a las que conforman mi familia, detestan el olor de la vida, se esfuerzan por esconderlo. Ese olor les parece el aroma mismo de la debilidad, y eso no es algo que se deba andar mostrando por todos lados.

No hay comentarios: