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El conde de Castellane pereció en un naufragio, y su joven esposa se enteró de la nueva en medio de esa corte, que poco antes testigo de sus exitos, pronto se convirtió en el de sus lágrimas.

Llena de respeto por la memoria de su esposo, la señora de Castellane se retiró a un claustro, para evitar los escollos donde quizás podría sucumbir su juventud privada del sabio esposo que podía protegerla contra ellos; pero tan prudentes reflexiones no resisten a los veintidós años.

!Cuantos infortunios hubiese evitado, con todo, esta atractiva mujer si, al alimentar estas reflexiones en su corazón, hubiese ofrecido a Dios ese corazón que consintió en devolver al mundo! !

Ah, cómo el ser que supo amar los objetos creados no se apasiona todavía más por su creador!

!Cuanto vacío se reconoce en la primera de estas emociones, cuando uno ha podido colmarse con toda la dulzura de la otra!

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